No pretendas conocer la verdad cuando sólo tienes la mitad de la imagen.
Aprende a discernir para vivir feliz
El hombre digno, sabio, estable, sereno y tranquilo tiene confianza en sí mismo. Sabe que nadie puede obligarle a hacer o pensar lo que él no quiere. Percibe las influencias del mundo. No se deja engañar por imágenes de ensueño o falsas apariencias.
Sabe que la mentira y el engaño existen y que son poderosos, por eso trabaja constantemente sobre sí mismo para cultivar y reforzar las virtudes que le permiten desarrollar un buen discernimiento.
Todo en nuestra civilización empuja al ser humano a abdicar de su capacidad de pensar por sí mismo, de discernir, de comparar, de verificar, de tener una visión libre, desligada de las concepciones colectivas. Todo se hace para destruir la vida privada, la vida interior, la diferencia, la intimidad… Por supuesto, todo esto se hace discretamente, bajo mano.
Así que no se trata de «creer», sino de aprender a comprobar, a comparar, a crear un punto de vista personal y benévolo.
Mientras que la mayoría de los seres humanos saben discernir lo que es bueno para ellos en términos concretos, la situación es muy diferente cuando se trata de su vida interior y la de los demás. En su mayoría, no tienen ni idea del mal que pueden engendrar por su falta de discernimiento.
El mal no existe en sentido absoluto; no puede existir por sí solo, por eso siempre está mezclado con el bien. Por eso no siempre es fácil distinguir lo bueno de lo malo, y muchos de nosotros preferimos tomar atajos que a menudo son perjudiciales.
Todo el mal que se manifiesta en la Tierra se transformará en bien con el tiempo, pero depende de nuestro despertar personal ahorrar tiempo y sufrimiento.
El objetivo del discernimiento es ver los dos mundos en todo:
– El mundo inmutable de la eternidad,
– El mundo del devenir, donde el bien y el mal se mezclan.
Es mucho más fácil dejarse atrapar por la fuerza destructiva que busca resaltar la imperfección, no para glorificar la belleza, sino para reforzar la fealdad.
Vivimos en un mundo imperfecto, por lo que la imperfección existe. Pero la imperfección no debe detener a quienes luchan por lo mejor, por la bondad y el amor.
En esta tierra sólo estamos de paso, y lo que realmente tiene valor son las ideas elevadas que llevamos dentro.
Nunca debemos centrarnos en lo negativo porque sí, porque eso lo dejará entrar. Debemos tratar el mal sólo para sanarlo, de lo contrario sólo lo aumentamos.
Una de las formas más poderosas de propagar el mal es a través del pensamiento y la palabra. A menudo, los seres humanos se convierten, sin darse cuenta, en vehículos de energías oscuras al difundir calumnias sin verificarlas. De este modo, asumen una carga adicional.
En realidad, se trata de aprender a no dejar entrar nada que pueda oscurecer nuestra vida o la de los demás.
Difundiendo chismes, puedes contribuir a empujar a alguien a la desesperación, y así transformar su destino. Entonces eres responsable del futuro de esa persona. Si te convences de algo indiscriminadamente, también puedes hacerte un gran daño a ti mismo…
Las creencias, los pensamientos y las palabras son creativos.
Por eso es vital aprender a dominar las herramientas del discernimiento.
Estas virtudes no son naturales y hay que trabajarlas y reforzarlas.
Para aprender a discernir, conviene cultivar un estado de ánimo particular:
– estar relajado, sereno y tranquilo en todas las situaciones ;
– mirar todo con una mirada fresca y benévola;
– sin prejuicios, sin juicios, con la mente abierta;
– saber cuestionarse;
– ser flexible y desenfadado;
– tener una vida privada, íntima, un lugar sagrado dentro de uno mismo en el que no puede entrar ningún ser que no sea el más grande y sagrado.
De esta intimidad profunda nace la libertad interior.