El hombre es como un lago, y quien no sabe pensar sólo remueve el fango del fondo del lago.
Su cuerpo físico corresponde a las rocas que delimitan el lago y forman su fondo. Así pues, el cuerpo tiene unos límites claramente establecidos, es limitado. La autoconciencia, el yo terrenal, la personalidad con sus deseos, sentimientos y pensamientos corresponden al agua del lago. Esto es «agua etérica», «el cuerpo de agua». La masa de agua dentro de nosotros y a nuestro alrededor no está realmente definida. Abajo, la tierra se encuentra en el fondo del lago y arriba, la inmensidad del cielo.
Esta masa de agua está llena de influencias externas a nosotros, pero también de creencias y supersticiones que ponen en movimiento las partículas suspendidas en el agua, formando imágenes.
Determinan la personalidad, las acciones y el destino.
Todos los problemas tienen su origen en la impureza.
Si el agua no es pura, es una receta para la infelicidad, el estrés y la enfermedad…
En el fondo del lago hay cieno. Cuando el fondo es removido por los pensamientos, por ejemplo, el hombre recibe imágenes, inspiraciones, patrones, estados mentales inferiores que lo hunden en la oscuridad, la confusión, la ignorancia y la enfermedad. Ya no saben quiénes son.
Cuando el agua se calma, el limo se hunde hasta el fondo y se asienta allí.
El agua se vuelve transparente y pura.
Entonces puede ser fecundada por los rayos del sol y reflejada por las nubes, las estrellas o los árboles, y la vida puede desarrollarse allí.
De este modo, el hombre accede a estados superiores de vida y de conciencia. Es importante comprender que estas cosas son difíciles de explicar, ya que son experiencias que cada persona ha vivido y vivirá.
En primer lugar, el hombre es prisionero de su cuerpo. No sabe que lleva esta agua en su interior y que su cuerpo no es más que el recipiente de un estado más sutil del ser, el agua del yo terrenal, de la personalidad.
Se asimila constantemente a esta agua sucia. No se imagina ni por un momento que es una copa, un cáliz capaz de recibir lo mejor o lo peor según su grado de conciencia y su capacidad para mantener la copa.
Cuando, mediante el cultivo de la concentración y la inmovilidad, la conciencia penetra en el agua, se da cuenta de que el ego está formado por múltiples influencias que empañan la visión del verdadero ser.
Al cultivar la calma, el hombre deja que todas las partículas se depositen en el fondo del lago. Hace que el agua de sus pensamientos, sentimientos y deseos sea totalmente tranquila y transparente. Entonces se da cuenta de que la conciencia del yo terrenal es sólo el contenedor de un estado superior del ser: el aire sobre el lago.
La personalidad está formada por imágenes con las que nos identificamos y que definen nuestro horizonte. Así que nuestros problemas provienen del estado de nuestra agua, de las imágenes e influencias que la reflejan y animan.
Al cambiar nuestros pensamientos, sentimientos y deseos, estamos actuando sobre la esencia misma de nuestra personalidad, lo que hace posible transformar nuestra relación con el mundo, con nosotros mismos y con la vida.
Comprendiendo esto, es posible ir más allá y despertar en nosotros el profundo deseo de saber quiénes somos realmente más allá de las apariencias.
«El hombre que no sabe pensar no hace más que remover el fango del fondo del lago. Apesta el aire y contamina el agua de la conciencia y de la vida. El resultado es sufrimiento, llanto y crujir de dientes. Al hacer consciente el pensamiento, se da cuenta de que ha permitido que entren en él pensamientos que no están en consonancia con la buena vida, el amor y la justicia. Decide vigilarse a sí mismo y formar conscientemente pensamientos que le unan a las regiones superiores de la inteligencia y la paz.
Entonces todo en él y a su alrededor se transforma.
Aquí tienes una clave de pensamiento que podría cambiar tu destino :
«Tienes que aprender a llevar esta imagen del lago dentro de ti, a darle vida. Es un poderoso ejercicio de transformación interior.
Medita y trabaja cada día en esta dirección hasta que nazca en ti la paz del gran lago, que conducirá a cambios concretos.
Isabelle Métais